Ahora, Maestra Ercilia, solo se escucha
el eco del silencio cómplice; no hay agente autónomo. Menos de un cuarto de
siglo nos ha bastado para reconocer –con dolor- que tu lucha, y la de otras
muchas mujeres del 16, no cuenta.
Querida,
recordada y admirada Maestra: He querido escribirte en el día de hoy. La
fecha en el calendario es 12 de octubre. Sucede que, me siento un poco cansada,
agotada de dar vueltas y vueltas sobre esa irreconciliable necesidad de tratar
de entender el presente. Cada momento del diario colectivo, se quiebra; nos
aventaja la tristeza, la decepción, y, las esperanzas se tornan vacías y
lejanas. Siento que, a veces, los poderes fácticos pretenden empujarnos a ser
solo unos transeúntes de la vida, que acatamos las configuraciones ideológicas
y mediáticas que vienen de afuera y de adentro.
Maestra: El otoño
empezará a irrumpir pronto, y marcará a la imaginación con la soledad, con una
mirada que en las entrelíneas del poniente será taciturna, desfalleciente, sin
itinerarios. No sabremos, entonces, hacia dónde viajar, si hacia a la memoria o
hacia la espera de un milagro, o si precipitar a que los ciclos se cumplan, a
que las redes de la historia con sus complejas normas y visos de circularidad
rompan las amarras de la inercia, y den vueltas a la rueda del destino, y
despertemos en primavera con los colores vivos que la luz del sol posa sobre
las rosas y las flores, sobre los árboles, sobre las alas de las aves, sobre
las mariposas, sobre el mar, y sobre la hierba silvestre de la montaña donde
podremos hacer nuevos senderos.
Leí, hace un tiempo, aquello que escribiste, como si fuera una
manera de vivir, cuando se enfrenta a los opuestos: “Sé de las luchas tremendas
y de las inmensas e inacabables contrariedades, como que a duros golpes de esfuerzos
bogué porfiadamente contra el oleaje hasta ganar la orilla amable” [1].
¿Recuerdas, Ercilia, esta expresión tuya, estremecedora como una
confesión de las vorágines, de las contingencias que nos asaltan cuando
procuramos romper las barreras de los infortunios? Esta frase ha sido mi
referente para hacerte, por tu experiencia en los avatares de la vida
magisterial, política y patriótica, estas preguntas:
Maestra Ercilia: ¿Qué es la opresión? ¿Cómo se puede analizar
esa forma de penetrar, de quebrar a las conciencias, para construirle a los
otros una identidad
lacerada, que atraviesa al alma con una daga que altera los sueños, las
entrañas mismas de la dignidad, y se hace una realidad totalitaria, tan
conflictiva con el poder político, que es difícil de narrar?
¿Por qué se tiene que vivir como una muñeca quebrada, con los
brazos rotos, con las piernas mutiladas y con los ojos desorbitados? ¿Por qué
las mujeres de este tiempo no reaccionan ante la opresión con sentido crítico y
agudo? ¿Qué nos impide tener una identidad propia, dejar de estar suspendidas
en “el ideal” que los otros nos
construyen? ¿Qué debemos discutir ante la hibridez de las posturas de quienes
tejen –en complicidad con el sistema de opresión política- las mentiras? ¿Es
que, acaso, no tenemos un imaginario como sujeto que nos empuje a estallar
desde el silencio interior?
Quizás ocurre, Maestra, que las políticas tradicionales, de
ahora, han ido perdiendo vigencia en sus múltiples batallas y frentes; no se
toman un tiempo prudente para narrar sus experiencias, porque –al parecer- no
auscultaron ni escudriñaron con detalles en la opresión genérica. Se dedicaron
a las alianzas interpartidistas, y a pertenecer a las camarillas de la
identidad del
otro. No sepensaron ni un
solo momento; no aprendieron a disgustarse con sus roles asignados. Sólo se
dejaron determinar como sujetos en torno a las posturasdel otro y de
los otros. No saldaron cuentas con el fantasmagórico líder de
masas. Jugaron al terrible juego de apoyar por largo tiempo a lo dicho por el
otro. Ciertamente, ellas, tienen los mismos problemas de ellos: la
marginalidad del pensar. Han sido testigos pasivas, coetáneas, contemporáneas
de la opresión en sus partidos, y están con ofuscamiento desposeídas de
historicidad intelectual, segregadas, desagregadas del encuentro con las
vestiduras que debían rasgar.
Las dirigentes militantes de los partidos políticos
tradicionales son eternamente anecdóticas de sus negociaciones “triviales” y
rosadas con el poder. No han sabido ir al encuentro de otras miradas; sus
caminos están llenos de largas caravanas, de grandes mítines donde son
pasajeras de segunda. El poder “paterno” las ha derrotado, sin alcanzar a ser
un signo. “Todas a una” siguen viendo en el jerarca del partido, en el señor
político, al padre; y en el líder a un mítico prócer que no resiste un
escrutinio. Y, ahora, continúan idolatrando a los nuevos patriarcas, al jefe,
al caudillo, al emprendedor que las corteja, que construye nuevos esqueletos
ideológicos para ellas.
¿Cuál es el epígrafe que pondremos a la participación política
de la mujer para el año por venir? ¿Escribirán, acaso, con letras mayúsculas
algunas memorias; heredarán el despojo de los gobiernos; construirán otros
ideales que no se desprendan de la pasividad femenina; harán posible que el
fatal pesimismo sobreviva al holocausto de la opresión; mirarán hacia atrás,
sobrevivirán en esta media isla sin respuestas a estas preguntas, o se pondrán
una piel de aguerrida amazona? No sé, y ahora más que antes presiento, Ercilia,
que los verbos, los adjetivos, los sustantivos, o ninguna palabra pueden
alterar el imaginario social del cambio.
¿Cómo vamos a sobrevivir a la opresión subliminal, a la opresión
que se ha hecho una dinastía retórica, a los que en mangas de camisa dicen
“escuchar” como emisarios de un mundo patriarcal? ¿Aprenderemos a desobedecer,
a curarnos de las alucinaciones, de los genocidios culturales que implica lacosmeticalización de la realidad? ¿Qué viviremos el próximo
año: una tragedia o una paradoja, un nuevo sueño surrealista criollo, otro
proyecto de rompecabezas, de dimensiones contradictorias sobre lo que debe ser,
lo que debería de ser, y que a fin de cuentas será lo que es?
Muchos están afectados de quimeras. Las claudicaciones se hacen
la orden del día, en este encierro de la memoria y la desmemoria. Ni siquiera
se padece de la nostalgia, solo del halagador placer de lo inmediato, de
venerar tener un perfil de éxito, porque los utópicos son estigmatizados como
detractores.
La crisis, la crisis real de este tiempo, es la crisis de no
querer pensar, de no querer tener ideas por temor al poder que aísla. La crisis
aunque se hace malestar ha abolido la necesidad de mirarnos a los rostros.
“Cara a cara” ni los políticos se miran, por el contrario, oscilan con
“serenidad” en ocultar su cara corrupta, corroída por la resaca de sus arrabaleras
acciones.
¿”Cara a cara” quién se mira ahora? O, ¿a quién se obliga a
mirar al
otropetrificado, visceralmente disminuido, con espejuelos, con la
voz ahogada, pero con el gesto de autoridad?
La conveniencia es el equipaje que ha hecho el ultraje feroz de la
dignidad y del “yo”, el refugio importantísimo para ser parte del acontecer
político. La batalla de los utópicos es una batalla que se hace recurrente
soledad, un capítulo de esa intimidad que sólo transcurre fuera de los libros,
cuando nos acercamos a la mar, y ésta decide ir devorando las fuerzas del
náufrago.
Recuerdo, Ercilia, aquellas ideas que nos legaste cuando
escribiste en 1930: “Hemos contado con nuestra propia base territorial poblada
por homogénea agrupación social sometida al régimen de nuestra propia
organización gubernamental; pero nos ha faltado siempre y nos está faltando hoy
más que nunca lo esencial: una común y definida conciencia de la Patria, sin lo
cual ésta no es más que una ilusión evanescente”. [2]
Sin embargo, Maestra, en el presente, con dolor sólo puedo
decirte: ¡Qué decadencia tener que existir alucinantemente en este siglo donde
las masas legitiman a sus opresores, y éstos, las hacen seres desasosegados,
seres agrietados, habitantes de un pueblo que no se apropia de su libertad por
las continuas omisiones adrede de las páginas del pasado!
La opresión ha desencajado el significado de qué significa
existir; los opresores hacen del “todo está bien” una instrumentalización, un
arsenal de emisarios virtuales que argumentan la ficción de República que
tenemos. Ellos, de lo cual los intelectuales no están ajenos, hacen del “todo
está bien” un “petit récit”, una instancia de asentimiento, de dosis de no
criticidad como testigos voyeristas del barniz de la propaganda.
¿A qué aspiramos ahora, Maestra, si nadie tiene hambre de entendimiento; si
nadie hace de la literatura, de la lectura, un hábito para alcanzar su
liberación existencial? Dime: ¿Cuántas unidades de historia debemos enseñar,
cuántas unidades de libros debemos analizar, para reflexionar, y resolver las
ambigüedades del discurso dominante de hoy?
Maestra: el poder opresor ha agrietado a la historia nuestra; ya no hay
manera de interrogar con certeza qué paso, cómo fue lo anterior. El mecanismo
de opresión actual es la información ausente; crear espacios en blanco, y ahí
está la fisura para no tener certeza sobre el presente.
El presente, Maestra, es un espejo tiznado, franqueado por el deseo de
inducir la oscuridad en una mayoría que no sabe entrar en pugnas con el poder,
e irremediablemente no tiene herramientas para combatir en sus relaciones con
el poder. El espejo tiznado ha hecho una cultura, una imago, una
ideología de cero conflicto con el desbordante entusiasmo de la ficción asumida
como verdad absoluta. Nos no colonizan; la nueva cultura es la invalidez de la
oportunidad de la autorreflexividad, del acercamiento a la
desconstrucción de esos imaginarios socio-políticos-culturales que disfrazan
los discursos de la opresión.
¿Tú crees, Maestra, que estamos en el abismo de una crisis de valores?
¿Crees que hay alguna forma de romper esa subordinación periférica que se
evidencia en este nuevo siglo, donde permanece la noción tradicional de cómo
participar en la política? Ficción, historia, imaginario, traen las visiones
organicistas de ese abismo de polifonía discursiva del poder. Nosotros no somos
ciudadanos, somos seres humanos influidos e influenciados por la visión
unilateral de la base-supra estructural del poder político tradicional.
Ahora, Maestra Ercilia, solo se escucha el eco del silencio cómplice; no
hay agente autónomo. Menos de un cuarto de siglo nos ha bastado para reconocer
–con dolor- que tu lucha, y la de otras muchas mujeres del 16, no cuenta. Esta
es una sociedad abandonada a que todas debemos asumir el comportamiento que
asigna el código patriarcal. Todas debemos jugar oficialmente a ser “muñecas
menores” o “mujeres rotas”; ese es el status quo de la
condición humana de la mujer en esta media isla. Si te dicen lo contrario,
algunas mujeres, es porque no conocen la perspectiva burguesa de la opresión,
porque ni se te ocurra ser subversiva ahora, no sobrevivirías a las voces
femeninas que no desafían a las voces oficiales.
Recuerdas, Maestra, aquella Carta que le escribiste al General César
Augusto Sandino, cuando le enviaste la bandera bordada por las alumnas de tu
Colegio? Me he atrevido a leer en voz alta este fragmento de la misma, y he
dejado a un lado un poco mi pesadumbre:
“En manos del Ejército Liberador que estáis proceramente
comandando, esta bandera que venimos a ofrendaros –palpitante el corazón de
patriótica unción- seguirá teniendo la misma significación concreta que ha
ostentado hasta el presente tan sólo como símbolo de la soberanía nacional (…)
Pero, desdoblando fronteras materiales, esta enseña acabará por conquistar una
cimera significación abstracta o trascendentalmente genérica cuando el humo de
los combates desiguales en que ella está siendo gloriosamente empurpurada
levante en armas los hogares (…) en un soberbio conjuro de repudiación común,
enfrenando por la obra de la razón o por obra de la fuerza los alardes del
patibulario libertario”. [3]
¡Ay!, Maestra, ¿cómo se puede multiplicar las voces opuestas a
la opresión? ¿Qué palabras poseen la autoridad lingüística de persuadir, para
que una voz única se haga la voz de todas; para que las voces silenciadas se
redescubran, para que las consciencias secuestradas comiencen a tener llantos,
y se entienda que la democracia no puede ser una parodia, sino la oportunidad
de discutir todas las voces opuestas entre sí? No quiero Ercilia que se siga
perpetuando el mito del progreso por ese mundo oligárquico asociado ruinmente
al Estado, que hace insostenible la sobrevivencia material de las mayorías, y
la ruptura generacional con una legión de caudillos. Ya tú lo habías escrito
que nuestro país es “de eternos ensayos y de continuas alzas y bajas en el
sentido del progreso y de la cultura”. [4]
Afortunadamente, tú dejaste la autoridad de tu voz en tus
textos, conociste de las pugnas que traen las pasiones, las claves que forman
el entendimiento de las naciones, los intentos de cortadas, las aspiraciones de
cambios, los atormentados desvelos que las convicciones traen. Pero Ercilia,
¡qué dolor hiriente me produce que muchas ni siquiera quieren tener una
conciencia de reojo, una mirada oblicua, para transformar las mentiras en
subversión y en resistencia!
¿Qué somos Ercilia, qué somos, qué urge hacer, qué hay que hacer
para que la libre determinación de los pueblos no sea un microcosmos de letras
sobre el papel, una musa para discursos dirigidos a la modorra mental de los
que al oler esa peste del dinero de venta y contraventa de los chaqueteros políticos
que prostituyen la conciencia y derriten “voluntades” con el aturdimiento del
alcohol como un manantial para que se desentiendan de la motivación de la
dignidad espiritual, y no puedan remediar la desgracia de ser unos genuflexos consumidores del clientelismo?
¿Crees que podemos alcanzar ese sueño tuyo, de que “al grabar en
el conglomerado social la conciencia de la patria, estábamos asegurando a
nuestra descendencia un hogar nacional que no obstante la reducción de sus
linderos materiales y de sus posibilidades físicas podría alcanzar
inconmensurablemente anchura en el reino de lo ético como santuario de honor,
de felicidad, de justicia y libertad”. [5]
Quisiera pensar que esto es posible, pero me pregunto ¿cuál es
la enfermedad más terrible que padecemos? Y me respondo: -El silencio y el
olvido.
El silencio y el olvido es una metáfora de la docilidad, de
consolarnos con migajas del poder, de dejar que nuestro destino se desvanezca,
que nos echen a un lado para no problematizar el presente. Yo no quiero un
mundo perfecto, Ercilia, quiero un mundo rebelde, cambiante. No deseo ser una
fugitiva de lo que pienso, ni contrarepresentarme, ni transitar por el terreno
de la historia de manera indiferente; sé que aun no he aprendido lo bastante,
que mi intento de conocer el sentido de las cosas es un quehacer, una
cartografía de esa identidad que llevo adentro a la cual deseo darle voz.
Por eso me suena en los oídos, lo que dijiste, cuando tu pueblo,
Santiago de los Caballeros, te entregó el título de Hija Benemérita: “Hice de
la Escuela un taller, y en ella mi cabeza se cubrió muy pronto de nieve, y la
luz de mis ojos languidece rápidamente, sin que mi alma haya dado hasta hoy ni
remotas señales de cansancio. (…) Cuando caiga rendida para siempre, tengo para mí el mejor de los
epitafios, al ser colocado sobre mi tumba este título honrosísimo con que me
galardona mi pueblo. Ya no quiero más, en la avaricia de mi amor…”. [6]
Y, en mi caso, venerada Maestra, sólo aspiro a morir con
dignidad…
NOTAS
[1]Ercilia Pepín (1886-1939), Feminismo. (Tipografía
El Diario: Santiago de los Caballeros, 1930): 19.
[2] Patria y Escuela (Santiago
de los Caballeros, Talleres La Información, 1930):5
[3] Carta de Ercilia Pepín “Al General César Augusto Sandino.
Campos de Nicaragua. Invicto Paladín”, Directora del Colegio de Señoritas
“México”, mayo 15 de 1928 en Feminismo, p. 47
[4] Discurso de Ercilia Pepín en la Investidura de Maestros y
Maestros Normalistas el 16 de agosto de 1915 en Feminismo, p. 11
[5] Patria y Escuela (Santiago
de los Caballeros, Talleres La Información, 1930): 8
[6] Feminismo, p. 19 y 20